Sebastián Preece y las huellas de lo sublime





Sebastián Preece y las huellas de lo sublime

                                                
                                                                                "tu corazón era un montón de escombros"
                                                                                El Anti Lázaro. Nicanor Parra

                                                                               “esos escombros de vidas ajenas “
                                                                                Música Marciana. Álvaro Bisama
                                         
                                                                           

En esa voluminosa novela El pájaro que da cuerda al mundo de Murakami,  Tooru Okada,  su protagonista,  quien ha perdido todas esas cosas que parecen importar a todo ser humano,  la mujer, el trabajo y eso que se llama el sentido existencial;  comienza a vagabundear  por los callejones interiores donde se deposita la basura, allí donde nadie busca transitar, por el contrario, donde nadie busca permanecer. Una de sus más imprevisibles aventuras es  bajar a las profundidades de un pozo seco de más de 12 metros de profundidad y permanecer involuntariamente allí, sumido en la oscuridad y sin opción de salir  por sus propios medios. Okada se ha sumergido en  lo que Max Augé llamaría “los no lugares”, como las autopistas, aeropuertos y, por cierto esos callejones donde los receptáculos de desperdicios esperan ser retirados, donde merodean los gatos y uno que otro ratón  se arriesga a bajar.
Sebastián Preece  ensambla, la curiosidad de los niños por encontrar tesoros donde los otros no ven sino que escombros y deshechos y por otra la  osadía de transmutar esos escombros en objetos dotados de significación. Desde el desplazamiento del sur de nuestro país a Santiago de un trozo de muro de adobe e instalarlo en las dependencias de la Universidad Arcis, cautelando su mantenimiento con la humedad similar a su lugar de origen. Ese  escombro que florece  al interior de ese siempre artificioso espacio del arte, en una suerte de encubadora de lo inerte, de lo inerte habitacional pues en él  florecen  musgos y la exuberante flora silvestre del sur chileno. En los escombros  de la zona central sólo crece la nada, lo eriazo, el desierto. Bueno, sin duda esto es una exageración,  pero simplemente busco contrastar  con las ubérrimas tierras del sur, algo así como los escombros floridos.
             Preece  es un buscador de vestigios,  de pequeñas señas, no necesariamente arcaicas, sino señas  abandonadas a su suerte, se trata de una arqueología más interesada en el presente que en lo pretérito. Eso explica su curiosidad por esos espacios tapiados, que muchas veces ocultan pasillos, cajas de ascensores, espacios ciegos, patios abandonados y una infinidad de lugares presentes pero sustraídos al uso cotidiano. Su poética consiste es descubrir esos lugares e intervenirlos para dotarlos de nuevas significaciones.

Quiero detenerme simplemente en una de sus últimas muestras en el Museo de Bellas Artes. Se trata del montaje de un refugio de arrieros, mineros, etc. trasladado desde la alta cordillera al interior del espacio central de Museo de Bellas Artes. El museo cobijando la precariedad de esos lugares de paso que permiten soportar las inclemencias del tiempo en la alta cordillera. Se trata de dos arquitecturas contrapuestas, la afrancesada construcción del museo en tensión con la precariedad constructiva de un refugio. Seamos francos dos resoluciones constructivas ajenas al valle central. Podríamos llamarle des-encuentros en tensión. En eso consiste justamente lo provocativo del trabajo de Preece ¿Qué hacen en el pulcro salón del  Museo esas pilchas y latas grasientas, esos palos calcinados?  Al menos en esas calaminas oxidadas el hombre encontró refugio en la alta cordillera, imaginarnos a esos arrieros resistiendo el temporal, vidas anónimas que dejaron involuntarias huellas de su paso en las veranadas y gracias al trabajo de  Preece  se dan cita en el Museo de Bellas Artes. En esa asimetría algo acontece y bien vale reparar en ello.
Es ese nomadismo de los objetos que desde Duchamp  vienen interpelándonos y que más que apelar a la mirada, para sorprenderla se vuelve un desafío a la razón, al menos,  al pensar del observador. El viaje desde la cordillera de Los Andes hasta el centro de Santiago y a su lugar por excelencia de las Bellas Artes, implica un proceso de cautela y protección de lo ruinoso –se trata de un viejo refugio abandonado-  que el tiempo destruiría inexorablemente o transformado en escombros para ser llevados a los basurales. A nuestro juicio,  no es eso lo importante, dado que podríamos hablar de una mera excentricidad o “una locura del artista”. ¿Cómo se le ocurre ingresar al Museo ese conjunto de trastos viejos?
El océano y la gran cordillera son por excelencia el lugar de lo sublime, frente a ellos el hombre experimenta su pequeñez y fragilidad. Preece  ha instalado en el  Museo  el vestigio de lo sublime, diremos sus escombros, rastros humanos que encontraron en esas construcciones protección.  ¿Por qué el vestigio de lo sublime? Porque lo sublime no puede acontecer en el civilizado espacio museológico, sólo puede comparecer su huella, un trozo arqueológico de lo que aconteció. Es en el espacio de la belleza donde irrumpe la seña de lo sublime. El Museo es el no-lugar de lo sublime. En eso consiste la osadía de las operaciones productivas de Sebastián Preece.



Comentarios

  1. En realidad el museo -como ssu nombre lo indica y lo trasciende- es un espacio arqueológico donde se 'salva' lo que el Ser ha hecho para, valga la redundancia, para ser y para sobrevivir el paso del tiempo; en realidad es una manera de salir del pozo. Del pozo de lo que perece y de la fragilidad de la existencia que viene tocando nuestros pies desde que empezamos a caminar y a andar erectos. Hacia esa 'verda'siento que va su artículo señor Troncoso; pienso que el arte de Preece vuelve de alguna manera a su lugar de origen: el tiempo y el espacio, que en este lugar es tan solemne como el de los arrieros. El trozo de leño con algo de fuego para que los nuevos caminantes hagan fuego de él y se acaloren y alimenten.
    Gracias por su esclarecedor artículo.
    José Ben-Kotel

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Adolfo Couve un artista en tránsito.

Lady GAGA Y LA FILOSOFÍA