Entradas

Mostrando entradas de julio, 2020
Imagen
Las notas plásticas de Gonzalo Díaz       PUBLICADO EN COOPERATIVA.CL En la galería D21 de Providencia se exhibió la muestra que bajo el título Notizen reunió un conjunto de trabajos recientes del artista conceptual Gonzalo Díaz. El primer golpe de vista lo ofrecía  un trípode que iluminaba la palabra Metáfora que colgaba del cielo de la habitación, lo que obligaba a una lectura vertical, en el muro, a mano izquierda de quien ingresa se encontraba, escrito en la pared:  Asamblea Constituyente. Quien se volviera a la puerta de salida se encontraba con una marina invertida que tenía impreso sobre la tela “ madre, esto no es el paraíso”. Si volviéramos la tela a su posición habitual, podríamos leer sin esfuerzo el texto. Al no tratarse de una obra de arte asiática, el escrito sobre la tela es un ejercicio más de violencia. Nadie escribiría sobre La Mona Lisa o sobre Las Meninas. Los orientales, por el contrario, consideran en la obra espacios para ser interveni

La magia del cine

                                                                                       A mi amigo Jaime Lizama El sábado recién pasado y a la espera que se iniciara la función de cine recorrí en la antesala una pequeña feria de editoriales pequeñas, muchas de ellas con texto afines a las teorías anarquistas, poesías de viejos poetas olvidados, como Romeo Murga, por ejemplo. Ese luminoso y sesentero ensayo titulado Tratado de saber vivir a la manera de las nuevas generaciones , reflexiones de Tarkovsky sobre su obra, Las puertas de la percepción de Huxley y, finalmente, Walden de Thoreau. Opté por este último para luego ingresar a tomar ubicación; me acomodé en el medio de las butacas centrales. Mi amigo Lizama me había recomendado Paterson , ese hermoso homenaje a Williams Carlos Williams de Jarmusch; para nosotros era uno de esos poetas que aprendimos a conocer gracias a Rodolfo Rojo, ese lúcido traductor de los poemas Calamus de Whitman, fuimos sus alumnos y seguidores. Con

La seducción de la calle

 ¡Oh raza desdichada de los mortales cuya vida es desmedida!       Regresaba esa tarde de mi pega acalorada y chata con el agote de la semana. Casi por inercia prendí la tele y vi una multitud en la calle que desbordaba la pantalla. Un pantalón corto y una raída polera con ese rostro desencajado de King Crimson y mis aventureras zapatillas bastaban para salir. Busqué entre los cubiertos mi cuchara de palo que compré en la feria de Santa Lucía años atrás con el utópico proyecto de hacer mermeladas y mi cacerola en que caliento la sopa de fideos chinos. Bajé casi corriendo las escaleras, no estaba dispuesta a esperar el ascensor que en realidad pocas veces está disponible. Me sentí entusiasmada con esta pequeña locura de viernes en la tarde. La luminosidad que viene del poniente pinta los rostros de esa anaranjada vitalidad, las sonrisas y el infernal ruido de las cacerolas en medio del aire irrespirable que generan las fuerzas policiales tuve la intuición de que la vida debía y sería de

Las magdalenas del desierto

Hace 15 años que no regresaba. Mi padre, aburrido del desierto, me trajo al verde valle central. La nostalgia y el fin de Chuquicamata nos empujaron a volver, era la ceremonia del adiós definitivo. Llegamos a Calama a media mañana, el sol reverberaba en la loza lo que presagiaba un día pesado, de aquellos que el desierto sostiene luminoso hasta bien entrada la noche. Arrendamos un pequeño auto y enfilamos a la mina, mi papá silencioso bajó la ventanilla izquierda pero el blanquecino polvillo nos provocó un concierto de estornudos como si una bolsa de pimienta se hubiese desparramado en nuestras caras. De las viejas casas nada quedaba, el imponente club con sus canchas de bowling parecía bombardeado, los grandes bolos negros que antes rodaran por las vitrificadas maderas hoy parecían viejas municiones de barcos piratas. Los altos pimientos de la plaza proyectaban su árida sombra, haciendo más inmenso el abandono. Nos estacionamos para estirar las piernas y recorrer aquellas calles que

El remolcador de Lonquén

El sol daba con toda su fuerza en el parabrisas, los camiones raudos avanzaban   en sentido contrario al mío. A lo lejos, en un claro, difuso, aparecía en la berma izquierda aquel remolcador que marcaba la cercanía a mi trabajo. A nadie parecía extrañar tamaña embarcación a cien kilómetros de la costa, pero allí estaba, sostenida por viejos durmientes que acrecentaban su altura. Parecía que navegaba hacia Santiago, pero una tarde su tripulación decidió abandonarle, encallando en un puerto de camiones. Quizás su delirante capitán navegó tierra adentro en medio de la niebla. Un campesino de la zona me dijo que era el arca de un poco convencional frutero que vivía en un condominio cercano que luego de esotéricas lecturas y de los informes de Weather Chanel   concluyó que se aproximaba una nueva glaciación y había que ser precavido . No era raro ver merodear a los perros y una vaca con su toro ramoneando el poco pasto que crecía en torno a la embarcación. En un bar cercan