La magia del cine


                                                                                       A mi amigo Jaime Lizama

El sábado recién pasado y a la espera que se iniciara la función de cine recorrí en la antesala una pequeña feria de editoriales pequeñas, muchas de ellas con texto afines a las teorías anarquistas, poesías de viejos poetas olvidados, como Romeo Murga, por ejemplo. Ese luminoso y sesentero ensayo titulado Tratado de saber vivir a la manera de las nuevas generaciones, reflexiones de Tarkovsky sobre su obra, Las puertas de la percepción de Huxley y, finalmente, Walden de Thoreau. Opté por este último para luego ingresar a tomar ubicación; me acomodé en el medio de las butacas centrales. Mi amigo Lizama me había recomendado Paterson, ese hermoso homenaje a Williams Carlos Williams de Jarmusch; para nosotros era uno de esos poetas que aprendimos a conocer gracias a Rodolfo Rojo, ese lúcido traductor de los poemas Calamus de Whitman, fuimos sus alumnos y seguidores. Con él aprendimos que WCW nos ofrecía una suerte de pre-poema; situaba estratégicamente los objetos como si fuera fotografiarlos con las palabras “todo depende de una carretilla de ruedas rojas junto a unos pollos que picotean el suelo”.

Sentado en esa penumbra con las butacas con sus sentaderas en vertical intempestivamente una mujer me habla: “¿espera a alguien?” un poco sorprendido le respondí, un tanto atolondrado, “para nada” le dije tontamente. Ella me ofreció otra sorprendente explicación “es que mi marido es muy alto y no quiero que estorbe la mirada de los que están atrás”. No supe qué decir y se alejó acomodándose en el extremo izquierdo de la fila junto a su alto esposo.

Mi cabeza no dejó de idear respuestas que creí más oportunas. Debí decirle que esperaba a Godot o que desde hace mucho tiempo había dejado de esperar, que ya no tenía esperanzas, que toda espera era inútil. Luego me recriminé el no haberle dicho que “allí donde yo estaba nacía un lugar para ella”. Mi imaginación fue más lejos y me imaginé sentado ante la ley y escuchar esas palabras “esta puerta fue abierta para ti y ahora procedo a cerrarla”. En fin, poco a poco fui concentrándome en la película y me fui perdiendo como un pasajero más de ese bus que recorría las calles de Paterson.

Tirso Troncoso

 

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