Digerir las obras, el extraño festín del arte
                              “Conocer  es comer con los ojos” [1]
                             Sólo podemos construir con las ruinas del espectáculo”  [2]    
L. Tirso Troncoso S.
                                         

            Nos proponemos en el presente trabajo dar cuenta de tres objetos visuales realizados por autores latinoamericanos en que los procesos productivos culminan con la deglución de la obra producida. Se trata del trabajo de, Carlos Castro, Alejandra Andrade y Mario Ibarra; el primero, colombiano y  nos centraremos en su trabajo sobre Simón Bolívar devorado por las palomas en la plaza del mismo nombre en Bogotá. De la joven artista boliviana nos haremos cargo de su Cristo de Chocolate devorado por la propia artista y, finalmente, un ejercicio plástico de Ibarra en que un perro callejero devora un bife pintado en una marina en el puerto de Valparaíso.
            No es la originalidad del acto lo que nos interesa sino más bien el status del registro que nos permite seguir la huella de la obra. Benjamín sostenía que “ocultar es dejar huellas. Pero invisibles”. Tras esas tenues señas nos hemos propuesto seguir en pos de sus secretos. Respecto a la relación entre crear y  comer la historia es muy larga, desde esa vieja anécdota entre Zeuxis y Parrasio que el devorar la representación conforma parte del registro del arte.[3]
El problema que nos interesa plantear refiere a la primacía que adquiere el registro por sobre la obra misma; en tal sentido, lo que nos parece indicativo es el proceso de devaluación de la obra respecto a las huellas que de ésta se deja. Desde esta perspectiva destacar la valoración de los procesos de registro por sobre la obra misma y,  por otra, la importancia que adquiere lo que se hace con la obra y no la obra misma. La atención puesta no en los procesos productivos de la obra sino en el qué hacemos con ella cuando esta concluída, es decir, el paso de la “obra terminada” a la obra exterminada. El obrar con ella es un deliberado equívoco con el cual jugaremos en este escrito.
            Tengo la impresión que este especial acto aniquilatorio de la obra se vuelve un modo nuevo de agotar la dimensión aurática no por su reproductividad serializada sino por la nihilización del objeto y la renuncia a su perdurabilidad como materia: fotografías, videos, catálogos, artículos de prensa testimonian de su existencia pasada, es decir, la comparecencia de aquello que ya no es.
            La importancia que cobran los registros y soportes sobre los que se sostiene la huella de la obra se vuelven el objeto de análisis o el texto del arte. Por tanto, ya no estamos en presencia de la crítica de arte o de un camino hermenéutico como salida alternativa a la degradación de la mirada. Lo que se encuentra en juego es el estatus de estas operaciones de acumulación y registro “las artes visuales contemporáneas centradas en la documentación y la copia como en las políticas de la visualidad asociadas a una forma de inteligencia creativa que piensa la vida de las imágenes en el archivo” (Gómez-Moya,C, 2012).





                                

Un Simón Bolívar devorado por pájaros[4]
            La muestra que el MAVI presentó el año recién pasado, un conjunto de obras latinoamericanas que bien valía la pena visitar; reunidas bajo el nombre de Nuestro Sitio, con la curatoría de Beatriz Bustos Oyanedel, se inscribe dentro de aquellas muestras en las que se busca un nuevo modo de “escribir en el aire”, es decir, esa majadera insistencia en la ontología de la presencia como lugar propiciatorio de una suerte de identidad de lo latinoamericano; “Estas mixturas y cruces permean, cual célula viva, las identidades en permanente tránsito, característica de un territorio en constante búsqueda de sentidos y reconocimientos”. Independiente del discurso curatorial que, en este tipo de muestras dan cuenta de lo políticamente correcto, nos mueve un especial interés en el trajo presentado por Carlos Castro en ella.
            En unos de los extremos de la sala del subsuelo del Museo de Artes Visuales de Santiago de Chile –MAVI- se mostró un video que registra el trabajo del artista colombiano Carlos Castro Arias. El que no sufre no vive (2010) Video instalación.  El video documenta el proceso de transformación durante 12 horas de una estatua de Simón Bolívar elaborada en material comestible para palomas ubicada en la Plaza  Bolívar de Bogotá. 4 min loop. Se trata de una estatua del Libertador hecha de maíz y miga de pan. Obra que se ofrece a las palomas de la plaza y, evidentemente, termina siendo devorada por estas. El emplazamiento de Bolívar en la plaza de mismo nombre es ya un gesto que bien vale la pena comentar. En los procesos de fundación de las repúblicas fue necesario ofrecer un nuevo imaginario que contribuyese a consolidar las gestas latinoamericanas. El desplazamiento de la imaginería religiosa por el nuevo imaginario civil data de 1846, año en que se erige la estatua del Libertador. La condición de héroe de América le otorgó implícitamente el carácter de semidiós (Waked, María, 2008).  Bien vale recordar el escándalo que generó la obra de Juan Dávila “El libertador Simón Bolivar” (Richard, 2001). La “herejía” de Dávila es resultado, sin duda, de los resabios religiosos en nuestro modo de tratar a estas figuras destacadas de nuestra historia. Para un seguimiento de la utilización del simbólico bolivariano en el presente ver (Gerrero, Javier, 2012). “El culto a Simón Bolívar ha ido de la mano con la exaltación de sus atributos corporales o, por lo menos, con la grandiosidad de su presencia de Libertador. La necesidad de llegar a consensos sobre el cuerpo de Bolívar ha sido una constante en el culto, y la estabilidad de sus características anatómicas ha sido clave en su valoración como indiscutible, y único Padre de la Patria”(pag.21). Este “padre” hecho bajo la tiranía estética del neoclásico italiano del siglo XIX se juega también los nuevos populismos que enarbolan las nuevas banderas emancipatorias latinoamericanas, hoy con menos glamour que las ensangrentadas banderas de los sesenta y setenta en nuestro continente. En este contexto, el trabajo de Carlos Castro cobra especial significación, en que el espurio cuerpo del libertador se vuelve alimento de las aves. En un conocido poema infantil de Morita Carrillo, poeta venezolana, Bolivar niño, nos ayuda a iluminar:
    
Una vez en la casona,
cinco jaulitas ¡muy monas!
tenía doña Concepción.
El diablillo abrió las puertas,
volaron los pajaritos.
Esta pequeña anécdota  real o imaginaria busca fijar la condición esencial de quién ha nacido para la libertad. La fortaleza de éste imaginario encuentra en la propuesta visual de Castro una peligrosa metáfora visual. Como en el filme de  Alfred Hitchcock los pájaros regresan para comerse la estatua de Bolívar. Sería fácil concluir que los pájaros liberados de su jaula regresan, no para agradecer, sino por la vida de quién los liberó. No es el objetivo del presente trabajo sacar las consecuencias políticas que una puesta en escena de ésta naturaleza puede generar, las palomas se indigestan con los réditos ideológicos.
             En un rápido recuento podemos decir que el artista, utilizando un molde de la estatua de Simón Bolívar realizado por el mismo para producir una copia en material alimentario, es decir, el intercambio del bronce por comida de pájaros, luego se utiliza el mismo espacio para emplazarla, es decir, la plaza de Bogotá. Su exposición da inicio también a su proceso de desaparición – los pájaros devoran la comida y, con ello, a la representación del Libertador-. Este proceso que tarda 12 horas, diremos para responder a la demanda aristotélica que la tragedia obedece a criterios de belleza que dicen relación con orden y medida. Por tanto, la tragedia no puede duras más que una circunvolución solar, tiempo que dura el registro que hace Castro en la plaza de Bogotá, es decir 12 horas o desde que el sol ilumina hasta que deja de hacerlo en el atardecer. ¿Cuál es en definitiva la obra? ¿la estatua construida con  comida de pájaros? ¿el registro de video? O en realidad la obra es el proceso mismo de su consumo por parte de las aves?  ¿Las fecas que dejan las palomas luego de digerir al libertador? Sería ocioso, dedicarnos a responder cualquiera de las alternativas planteadas. Lo que importa son los procesos de transformación material. La esfumación de la representación y su transformación en esa pasta viscosa que, por efecto del sol, cobrará nuevamente solidez. Los deshechos fecales son los excedentes abandonados por arte, el montón de estiércol es la huella de que allí tuvo lugar el festín hecho con la materialidad de la fugaz estatua. Tienen razón los situacionistas, sólo podemos construir con las ruinas del espectáculo.
Alejandra Andrade y el manjar de Cristo[5]
Al igual que Castro, Andrade replica esta vez una imagen de Cristo, tomada de esas serializadas imágenes que, habitualmente de yeso,  ella le da forma con chocolate – materialidad auténticamente local- para luego proceder a devorarlo. Mucho se ha hablado ya del gesto caníbal de su acción y las características sagradas de su acto pero no es el punto que a nosotros interesa. Sancta Santorum, nombre de la perfomance, es para nuestro propósito,   el proceso de negación de la perdurabilidad de la obra en pos de señalar la importancia del registro del acto alimentario, nuevamente aquí la fotografía y el video dan testimonio de su acción. Si en la obra de Castro son las palomas quienes se comen al Libertador, aquí es la propia artista quién ingiere su propia obra, a su Cristo. Se trata de un proceso de negación de la enajenación en la conceptualización del joven Marx, cuando sostiene que el trabajador pone la vida en  el objeto y éste, por el sistema de relaciones que se establece, se vuelve contra el trabajador, construyendo su propio sometimiento, resultado de las relaciones de propiedad, estableciendo la contradicción con su propia vida “mientras más pone su vida en el objeto menos se posee”, volviéndose, por tanto, esclavo de su propia vida puesta en el objeto. Aquí, en el acto que nos ocupa, la ingesta de la obra, nos encontramos frente a la paradoja que es la propia vida de la artista que se vuelve su alimento, es por ello que no se trata simplemente de un remedo del acto caníbal, pues es la propia artista quien ingiere su obra o su vida, como quien ingiere habitualmente la comida que se prepara. Recuerdo una anécdota narrada por una profesora de lenguaje que refería a esos dulces llamados “tolines”, recreaciones serializadas de recién nacidos hechos de sustancia. Ella recordaba que siendo niña, debía vender en su colegio en los recreos estos dulces, con el objetivo de juntar dinero para las actividades de su curso; al no contar con dinero para comprar “su” mercancía y, presa de una moral fuertemente arraigada, era incapaz de comer uno de sus “tolines”, pero su deseo era superior, por tanto,  los degollaba y se comía la cabeza de sus dulces, lo que le obligaba  a dar explicaciones a sus clientes por la falta de cabeza de los dulces que vendía.
Al poner atención Rilke en los sentidos menores, el gusto, el olfato, reparaba en su especial condición para actualizarlos: la necesidad de destruir el objeto  para su apropiación, nadie puede saborear un jugoso damasco sin destruirlo. Devorando nuestra propia vida nos restituimos, en parte, esa ficción que llamamos ser. Ese esfuerzo, como diría Sartre,  de llegar a ser “un en sí para sí”. Propuesta siempre fracasada en la filosofía sartreana pre-marxista.


                [6]

Un quiltro tratando de devorar un bife en el océano de la pintura[7]
            Mario Ibarra, una de las figuras más emblemáticas de la producción visual porteña, nos ofrece un video en que dispone una de sus telas, enmarcadas en un bastidor, conformando un ángulo de 90 grados, la representación de ese lugar común de la pintura oceánica: una embarcación en alta mar. Junto a ella flota a la deriva un trozo de carne, suerte de náufrago en medio del mar. Dispuesto en una calle del puerto los perros callejeros se aproximan a ella a la búsqueda del trozo de carne representado en la pintura. Todo pareciera que los perros, movidos por la representación, buscan hacerse del trozo de carne. Sabemos, desde Platón, que los artistas son amigos de la mentira, de la ilusión, nos quieren hacer pasar “gatos por liebre”, aquí el engaño ha sido el refregar previamente en la tela carne fresca sobre la carne ilusoria de la pintura. Al perro lo mueve el olfato, otro sentido menor y primigenio, somos nosotros los engañados que vemos al perro motivarse por la representación. Quien náufraga en la tela es el espectador que ve al perro, supuestamente, reaccionar por el estímulo visual. Se trata de un nuevo juego magrittiano, pero aquí no es la mismidad de la pipa representada, infumable, por cierto; se trata del juego de la astucia en que el olor a trementina es ahogado por la sangre de la carne real desangrada sobre la tela, lamida y arrebatada a mordiscos desde ese mar imaginario que la tela ofrece.
            El video que registra la anécdota, no explica las operaciones de su truco, ni se ofrecen señas que indiquen el mecanismo del engaño en él. La supuesta objetividad del registro es simplemente que unos perros callejeros se comen un bife representado, el registro, supuestamente, no nos engaña: da cuenta de lo que ocurre. Es decir, su verdad es justamente su engaño. Somos nosotros, los Seuxis, que volvemos a ser engañados por el eidolon, por el fantasma de la representación, nos ahogamos en su mentira.


Conclusiones
           
Hemos ofrecido en el cuerpo de este trabajo tres propuestas visuales contemporáneas de artistas latinoamericanos en que la obra pasa a segundo plano respecto a las operaciones de registro respecto de las cuales es posible hablar. Tiene razón Crary cuando sostiene que es en nuestro presente en  que asistimos o estamos “en medio de una transformación de la naturaleza de la visualidad quizá más profunda que la fractura que nos separa de la imaginería medieval de la perspectiva renacentista”. Transformación que es resultado de la variedad de técnicas infográficas que han reconfigurado las relaciones entre el sujeto que observa y los modos de representación. (Crary, J. 2008). A nuestro entender, la virtualización de los registros generan transformaciones que nos permiten hablar ya no de obras sino de procesos de almacenamiento, la obra se transforma en un registro de memoria. Sería ingenuo preguntarnos por el en-sí de la obra, como dimensión irreductible, su materialidad es irrelevante en la hora presente.
            Estas sustanciales transformación en el campo del arte ha tenido como resultado una sobre valoración de la teoría por sobre la visualidad. El mismo curador cubano, Gerardo Mosquera, dando  cuenta del estado del arte en Chile constata la sintomática relevancia de la teoría por sobre la visualidad  “La escena artista chilena tiene rasgos únicos, y uno curioso es precisamente la preponderancia del texto sobre la imagen en sus publicaciones… Una razón para este tsunami de tinta puede estar en una experiencia de gran interés; la fusión de crítica y arte en algunos catálogos de los años 70 y 80” (Mosquera, G. 2006). La desaparición de la obra y su construcción en el registro ha generado  este exceso de texto, las palabras comparecen en lugar de una obra que sólo retorna bajo la forma de la ausencia en una materialidad distinta o virtual.
            Como contrapartida nos encontramos frente a procesos artísticos que retornan a los sentidos menores, el retorno al gusto, no a su teorización estética sino a la primaria experiencia del comer. El festín del arte puede ser una nueva oportunidad para su invención o, simplemente, puede ser la fiesta del fin.



BIBLIOGRAFIA
JAY, Martin. Ojos abatidos. Editorial Akal. Madrid 2007
CRARY, Jonathan. Las Técnicas del Observador. Editorial Cendeac. Murcia 2008
GÓMEZ-MOYA, Cristián. Derechos de Mirada. Editorial Palinodia. Santiago 2012
RICHARD, Nelly. Residuos y Metáforas. Editorial Cuarto Propio. Segunda Ed.Santiago 2001
RODRIGUEZ Moya, Inmaculada (ed.) Arte,poder e identidad en Iberoamérica. Editorial Jaume Universitat 2008
SARTRE, Jean Paul. El Ser y la Nada. Editorial Losada S. A. tercera edición. Buenos Aires 1972
BUSTOS Oyanadel, Beatriz. Nuestro Sitio. Artistas de América del Sur. Catálogo. Andros Impresores. Santiago 2012
 GUERRERO, Javier (2012): “Culturas del cuerpo: la sagrada familia venezolana” [artículo en línea], 452ºF. Revista electrónica




[1] Sartre, Jean Paul. El Ser y la Nada. Pag.705
[2][2] Questionnaire. International Situationist 9 (Agosto de 1964). Citado por Jay, Martin. Ojos Abatidos (pag. 321)
[3][3] “ Esto, dicen, que competía con Zeuxis. Este trajo las uvas pintadas con tanta verdad, que las aves llegaron a picotear, El otro trajo una cortina tan natural representada, que Zeuxis, orgulloso de la adjudicación por las aves, pidió que retirase el telón de una vez, para ver la imagen. A continuación, reconociendo su ilusión, admitió la derrota con hidalguía, ya que él había engañado a los pájaros, pero Parrasio había engañado a un artista como fue Zeuxis”. Plinio, C. Historia Natural, Tratado de la pintura
[4] http://www.carloscastroarias.com/el_que_no_sufre.html
 [5]http://www.atmos.umd.edu/~mandrade/family/ale/ale_link.html. http://bloque0.blogspot.com/2007_08_19_archive.htmlhttp:
//www.flickr.com/photos/artexplorer/3058011740/in/photostream


[7] http://www.youtube.com/watch?v=CMJXSzF8MWE&feature=player_embedded#!
 http://pateaudiovisual.blogspot.com/

Comentarios

Entradas populares de este blog

Adolfo Couve un artista en tránsito.

Lady GAGA Y LA FILOSOFÍA