El remolcador de Lonquén
El sol daba con toda su fuerza en el
parabrisas, los camiones raudos avanzaban
en sentido contrario al mío. A lo lejos, en un claro, difuso, aparecía
en la berma izquierda aquel remolcador que marcaba la cercanía a mi trabajo.
A nadie parecía extrañar tamaña embarcación a
cien kilómetros de la costa, pero allí estaba, sostenida por viejos durmientes
que acrecentaban su altura. Parecía que navegaba hacia Santiago, pero una tarde
su tripulación decidió abandonarle, encallando en un puerto de camiones. Quizás
su delirante capitán navegó tierra adentro en medio de la niebla.
Un campesino de la zona me dijo que era el
arca de un poco convencional frutero que vivía en un condominio cercano que
luego de esotéricas lecturas y de los informes de Weather Chanel concluyó que se aproximaba una nueva
glaciación y había que ser precavido . No era raro ver merodear a los perros y
una vaca con su toro ramoneando el poco pasto que crecía en torno a la
embarcación.
En un bar cercano afirmaban que en las noches
de luna la tripulación organizaba alegres fiestas con las temporeras de Isla de
Maipo.
Un viejo concejal me contó que el alcalde
había fletado el remolcador, luego de decepcionarse con la regionalización y
decidió anexar la comuna a Santiago, pero
como se construyó un Mall en las cercanías ya no era necesario arrastrar
al pueblo a la capital.
Un camionero brasileño que cambiaba neumáticos
al borde del camino me dijo que iban a filmar una versión chilena de
Fitzcarraldo pero que el director no se ganó el fondart y el proyecto había
naufragado.
En un par de años fui acumulando historias que
prefiero resumir, para no sobrepasar las reglas del programa. En fin, ésta me
la contó un marino jubilado: “Navegábamos enfilando hacia San Antonio, era el primer domingo
de marzo del 85, cuando un ruido venido
de las profundidades alertó al capitán. Vimos el puerto como una cuncuna
serpentear a la distancia. El capitán nos obligó a vendarnos los ojos y guardar
silencio
“por el
vinoso ponto las negras y cóncavas naves”, es lo único que recuerdo
balbuceo el capitán, nosotros perdimos la memoria”.
Pasaron los años y el remolcador se fue
haciendo cada vez más invisible. Era como si ya no existiese, pero un obstáculo real para los camiones que aparcan en el lugar.
Un jueves al amanecer se inició el desguace,
de lejos creí que se trataba de la tripulación, pero no, ya habían desplomado
la torre de mando, el casco parecía más oxidado y una poza de diesel daba
cuenta que su potente motor había sido arrancado.
Tirso Troncoso
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