A
propósito de un nombre callejero
Subiendo
por avenida Larraín en la comuna de La Reina se encuentra un almacén tipico de
barrio que se resiste a morir ante los gigantescos hipermercados. En realidad
lo único que tiene de particular es, sin duda, su nombre o su no-nombre. Quizas un modo de
eludir su presencia a los ojos de esos grandes intereses que disfrutan ver
morir estos pequeños negocios. Un modo de sortear con algo de inteligencia esas
listas de los que deben ser aniquilados en manos de los mega negocios.
A Odiseo le resultó la treta al ofrecerle a Polifemo un nombre falso que
además permitía invisibilizarse ante los otros cíclopes. Nadie fue el nombre
que le dijo al uniojo de Polifemo. El “Almacén Sin Nombre” parece jugar con la
misma estrategia, me ausento mediante un nombre que me niega pero al mismo
tiempo me dice. Es verdad que su nombre no niega su existencia en tanto que
almacén, lo que niega , al parecer, es tener un nombre pero de ese hecho, es
decir de su negación, se dota de una nominación aparentemente vacía pero
sustantivada en su nulidad. Si el almacén pudiera hablarnos nos diría mi nombre
es “Sin Nombre”. Esta posibilidad del lenguaje de hacernos estas jugarretas nos
permite en la vida cotidiana no asombrarnos cuando afirmamos que tenemos una deuda, es decir, en realidad tenemos lo
que no tenemos. Respecto a este punto es recomendable leer de Humberto Giannini
A propósito de la avaricia.
La remisión del lenguaje o su auto-referencialidad nos abre
un mundo de aparentes incongruencias que nos permiten muchas veces expresar lo
complejo. Cuando Lyotard define el deseo como una presencia ausente o una
ausente presencia refiere a esas experiencias en que el objeto del deseo
“brilla por su ausencia”, digamos hace presente lo que no está. En cierto modo
llamarse almacén Sin Nombre lo hace especialmente memorable.
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